Una amalgama de papeles y fotografías, extrañamente ordenadas en lo que parecía formar la figura de un enorme árbol, se extendía sobre el suelo de su dormitorio.
La muchacha sostuvo ante sus ojos un pequeño papel escrito en oro y lo colocó con cuidado en el hueco vacío que quedaba en la copa de aquel árbol.
Las letras doradas le devolvieron la sonrisa.
Lentamente se dejó caer sobre la alfombra y permaneció largo tiempo tumbada boca arriba pensando en las últimas semanas. Horas y horas encerrada en la casa de su abuela en Fuendetodos recopilando toda la documentación posible de su familia, intentando confirmar un rumor familiar que nunca había creído y que según su propia investigación había resultado cierto.
Recorrió de nuevo con mirada escéptica los nombres y las líneas que los unían deteniéndose unos segundos en el que había escrito con letras doradas.
¿Sería también verdad que la genialidad del pintor procedía de su rama materna? La idea le divirtió y con el mismo espíritu victorioso que le dominaba se levantó del suelo y se acercó a la delicada figura que se sostenía, como expectante, sobre su escritorio.
Alzó la muñeca de porcelana , la giró y la firmó cuidadosamente en el dorso: Lucientes
La muchacha sostuvo ante sus ojos un pequeño papel escrito en oro y lo colocó con cuidado en el hueco vacío que quedaba en la copa de aquel árbol.
Las letras doradas le devolvieron la sonrisa.
Lentamente se dejó caer sobre la alfombra y permaneció largo tiempo tumbada boca arriba pensando en las últimas semanas. Horas y horas encerrada en la casa de su abuela en Fuendetodos recopilando toda la documentación posible de su familia, intentando confirmar un rumor familiar que nunca había creído y que según su propia investigación había resultado cierto.
Recorrió de nuevo con mirada escéptica los nombres y las líneas que los unían deteniéndose unos segundos en el que había escrito con letras doradas.
¿Sería también verdad que la genialidad del pintor procedía de su rama materna? La idea le divirtió y con el mismo espíritu victorioso que le dominaba se levantó del suelo y se acercó a la delicada figura que se sostenía, como expectante, sobre su escritorio.
Alzó la muñeca de porcelana , la giró y la firmó cuidadosamente en el dorso: Lucientes
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